Imaginemos a una pareja con ganas de arrumacos en la oscuridad de una sala de cine. Le toca elegir a ella y se decanta por La boda de mi mejor amiga. Él se echa a temblar esperando una sobredosis de azúcar. Pues no. Por su título podía haber sido una comedia romántica más, llena de clichés y gente irritantemente guapa, pero La boda de mi mejor amiga no es así. Estamos ante una comedia romántica gamberra producida por el sello del omnipresente Judd Apatow, con un espléndido elenco femenino y grandes dosis de humor grueso, apta para ellas y ellos.
A Annie (Kristen Wiig), una soltera de treinta y tantos, todo le va mal: después de fracasar su pastelería debe trabajar como dependienta en una joyería de segunda, comparte piso con unos hermanos la mar de “freakys” y tiene como “follamigo” a un hombre (Jon Hamm) que rehúye el compromiso. Un buen día, su mejor amiga Lillian (Maya Rudolph) le dice que se va a casar y que ella será una de las damas de honor. Poco después, Annie conocerá al resto de afortunadas: la nueva e hiperpija mejor amiga de Lillian (Rose Byrne), la hermana del futuro marido (Melissa McCarthy), la prima de la novia (Wendi McLendon-Covey) y la puritana Becca (Ellie Kemper). Los preparativos de la despedida de soltera y la boda centran la desternillante trama.
La boda de mi mejor amiga es realmente divertida. Su protagonista y co-guionista, Kristen Wiig (conocida en EE.UU. por su trabajo en el programa Saturday Night Live) es todo un descubrimiento y se revela en el film como una actriz cómica de tomo y lomo. Ella es quien lleva la mayor parte del peso de la película y encadena un gag tras otro sin perder fuelle. Hace que sintamos verdadera lástima por su personaje, que no da pie con bola. La guapa Rose Byrne (vista en la serie Daños y prejuicios y películas como Troya o Adam) resulta muy convincente como una pija redomada a la que cualquiera querría lanzar un objeto punzante a la cara, y el personaje de Melissa McCarthy (Sookie de Las chicas Gilmore) es demasiado soez. En el reparto también encontramos a Jon Hamm (el súper carismático Don Draper de Mad Men) o a la veterana Jill Clayburgh, fallecida antes del estreno de la película.
Escenas antológicas (por ejemplo, aquella en la que la protagonista intenta atraer la atención del policía con su coche) se combinan con otras que se pasan de escatológicas (las pruebas del vestido de boda). Aunque, seamos francos, probablemente sean estas últimas las que la mayoría de espectadores recuerden. Y si hemos de buscarle pequeñas pegas al film, podríamos decir que el “happy end” –con actuación de las Wilson Phillips incluida- no está a la altura del resto del metraje, y que en los últimos cinco minutos parece que estemos viendo una “rom com” (así llaman los estadounidenses a las comedias románticas) cualquiera. En mi opinión, un final con mala uva hubiera quedado mucho mejor…
Tal vez no pase a la historia del cine ni acumule prestigiosos premios, pero La boda de mi mejor amiga equivale a una buena sesión de risoterapia colectiva de dos horas. Y eso, es mucho.